«La investigación en ciencia aplicada conduce a reformas, la investigación en ciencia pura conduce a revoluciones».
J.J. Thomson, director del Cavendish (Cambridge).
En la incipiente ciencia de datos, disciplina que no vamos a analizar aquí y ahora, se entrecruzan una serie de técnicas estadísticas, lenguajes informáticos, análisis cuantitativos y toda una pléyade de consideraciones más o menos científicas cogidas de aquí y de allá. Sirva como anécdota lo que oímos hace unas semanas en una prestigiosa escuela de negocios donde se enseña como parte de la disciplina de digitalización «computación cuántica». Nos recordó al famoso momento de la película «La gran belleza» cuando una supuesta científica de la energía habla y habla de los «campos energéticos» y el periodista le pregunta ¿pero qué son los campos energéticos?… Y se produce un «vacío cuántico» atronador.
Además se insiste en la puesta en valor. Definiendo valor como la ayuda que los datos tienen que aportar de una manera casi mágica a procesos que son tradicionales y sin considerar las interacciones que tienen los elementos sociales y humanos de la organización y el análisis de los mismos, como hemos hablado en algún otro artículo.
Es por eso que traemos a colación la frase que abre este artículo.
¿Cuál es ese valor?:
¿Un incremento de la productividad de procesos clásicos en la empresa apoyados en la consecución de múltiples datos?
¿Un aumento del tratamiento de la información producido por la automatización de determinados procesos?
¿Una toma de consciencia por parte de los elementos que componen la empresa de la interconexión entre todos ellos y que se muestran de una manera más comprensible mediante técnicas de visualización de datos?
¿Un sentimiento de estar a la vanguardia y en a ola de lo novedoso en lo que a la organización empresarial se refiere?
En FlutureData creemos que todos estos posibles «valores» lo son, y muy importantes. Son, siguiendo la frase de J.J Thomson, lo que llamaríamos la investigación aplicada.
Pero hay un valor que sin ser el agregado de todos ellos los ronda y emerge desde una maravillosa globalidad y complejidad: La disrupción. Ese punto a partir del cual la organización da un nuevo salto que puede abrir infinidad de nuevos caminos y adaptar, ahora sí, nuestra empresa a la nueva economía.
Y esa parte «pura», siguiendo la terminología inicial, no depende hoy por hoy, tanto de lenguajes, máquinas, modas o redes sociales. Depende esencialmente de la creatividad de los individuos que dirijan ese verdadero salto disruptivo.
¿Te atreves a ser disruptivo?
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