Tenemos un perrito que ya es muy mayor y necesita atención continua. Hace unos meses, empezó a tener la piel completamente infectada y debido a sus problemas de salud y su edad, se convirtió en un gran problema. La piel estaba enrojecida y se escamaba continuamente.
El veterinario nos dijo que era una infección bacteriana y que con antibióticos se curaría. Y así hicimos. Un antibiótico, y nada. Medíamos las tomas, y volvíamos a cambiar las dosis… y nada. La infección seguía. Otro veterinario, con los datos de ese primer intento comentó que sería debido al espectro de las bacterias. Cambio de antibióticos, nuevos datos de tomas y cantidades… y nada. Todo seguía igual.
Volvimos a combinar varios antibióticos de diferentes espectros, para según las interacciones de los mismos, poder abarcar esas «superbacterias» que eran resistentes a todos los antibióticos que el vademecum pudiera conocer. Y nada…
La conclusión de los datos eran claras. Las bacterias eran resistentes a los remedios conocidos y la inmunosupresión del paciente hacía que no hubiera mucha esperanza para la cura. La infección se iba a hacer generalizada y el final del proceso parecía clara.
Y se nos ocurrió una idea. ¿Por qué no incorporamos a todos los datos clínicos tradicionales una nueva batería de datos?. Y así hicimos. Pusimos una cámara para observar el comportamiento del perrito cuando no podíamos verlo. Y fuimos determinando cuáles eran las rutinas diarias. Hasta que un día, nos llamó la atención un comportamiento:
A la hora de beber, le habíamos puesto un cuenco de plástico donde había agua en abundancia para que en ningún momento se quedara deshidratado. Y nos dimos cuenta que siempre doblaba la cabeza por el mismo lado para beber… ¡y se le metía un poco el final de la oreja en el agua!. Y entonces observamos que justo era la oreja dónde los veterinarios nos decían que tenía el foco de la infección. Y pensamos, ¿por qué no analizamos el agua y vemos si ahí realmente hay las mismas bacterias que recogen las analíticas?. ¡Bingo!.
Ya teníamos la clave de todo lo que estaba pasando. Nuestro peludo paciente había cogido una infección normal (no es relevante el saber siquiera ni dónde ni cómo la cogió), al beber introducía en el agua las bacterias ,que se reproducían en el borde del cuenco (un paraiso para las bacterias), y pasaban al agua. Al volver a beber e introducir la oreja, se mojaba de ese agua y «recogía» toda una nueva cantidad de bacterias que pasaban a la oreja y de ahí a todo el cuerpo, reproduciendo la infección de una manera continua y constante.
Se eliminó ese cuenco y se le puso otro donde no podía introducir la oreja y volvimos a tratarlo con un antibiótico normal de amplio espectro. ¿El resultado?, a los pocos días empezamos a ver mejoría y a las dos semanas la infección se había reducido drásticamente. ¡Habíamos encontrado el camino correcto!
Queremos compartir con vosotros esta historia real para hacer notar cómo los datos nos hicieron cambiar de paradigma. En el binomio síntomas-antibióticos no estaba el resultado correcto si no hubiéramos introducido una dimensión adicional a la ecuación. Y a partir de ahí, construir una teoría con una hipótesis que los nuevos datos deberían corroborar o no.
Y así fue. No había una nueva cepa de bacterias superresistentes como nos decían y que en muchos casos nos hubiera hecho ir por un camino equivocado. ¡Era la interacción entre la oreja, el cuenco de agua y las bacterias lo que explicaba la situación!.
Puro método científico deductivo-inductivo que ha hecho que nuestro peludo amigo mejore sustancialmente su calidad de vida. ¡Bien!.
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